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LA REVOLUCIÓN DEL ESTILO: CÓMO EL DIABLO VISTE DE PRADA REDEFINIÓ LA MODA Y EL GLAMOUR EN LOS 2000

Por Víctor Aparicio, editor de moda Fantú Magazine

Cuando piensas en El Diablo Viste de Prada, no es solo el azul cerúleo lo que viene a la mente, sino cómo el mundo de la moda se nos presentó como el verdadero espectáculo que es. Alta costura, glamour, drama y, por supuesto, una dosis de realidad tan afilada como un stiletto de Jimmy Choo. Si creías que la moda era solo para la élite del Upper East de Nueva York, prepárate para el golpe de realidad que esta película arrojó a las calles, las oficinas y, admitámoslo, a nuestras vidas.

Antes de que Miranda Priestly hiciera su entrada con ese andar que haría temblar a cualquiera, el concepto de «power dressing» estaba salvaguardado para quienes podían permitirse un sastre a medida. Pero El Diablo Viste de Prada democratizó ese pensamiento con un giro vigoroso y sin comezón. De repente, vestirse para el éxito significaba algo más que un buen traje; era un arte. Y, sinceramente, ¿quién no ha soñado con andar por la oficina con la confianza de una redactora jefe, lista para conquistar el mundo (o al menos, la reunión de las 9 a.m.)?

No era solo sobre qué llevar, sino cómo se lleva. El mensaje era claro: con el look adecuado, puedes liderar cualquier sala. Incluso si esa sala es el Starbucks de la esquina, donde esperas que tu latte te dé el poder para enfrentar el día, aunque no venga acompañado de un abrigo de piel arrojado con desprecio…

¿Recuerdas cuando mezclaban prendas de diseñador con lo más básico de un armario y lo llamaban «fashion forward»? Pues bien, esta película nos dio luz verde para hacerlo y lo elevó al cielo. No se trataba solo de copiar los looks de las pasarelas, sino de reinterpretarlos, adaptarlos a nuestro propio estilo y hacer que el lujo aparentara ser accesible. Aquí es donde el “high-low dressing” se convirtió en el pan nuestro de cada día, amén.

Combinar unos jeans ajustados de H&M con un blazer estructurado que parece salido del ropero de Tom Ford ya no era un crimen de moda, sino una declaración. Y sí, lo que alguna vez fue exclusivo de las editoras de moda ahora lo llevábamos todos, desde las pasarelas hasta los bares de moda, sintiéndonos, al menos un poco, como si lleváramos un trozo de esa alta costura.

Hoy, mientras nos preparamos para el regreso esperado de El Diablo Viste de Prada en su tan anticipada secuela, no podemos evitar sentir mariposas en el estómago. Esta nueva entrega promete devolvernos la sofisticación, la perspicacia y esa chispa de desacato que nos conquistó en la primera película. Así que, en lugar de hacer cuenta regresiva al día del estreno, con la secuela en el horizonte, es el momento perfecto para reflexionar y rendir homenaje al impacto permanente de la original y cómo sigue siendo nuestra brújula del estilo.

s allá de los looks (que siguen siendo icónicos), la verdadera influencia de este film fue cómo desnudó la industria de la moda para que todos pudiéramos verla en su gloria y en su crudeza. Claro, no todos tenemos el temple (o la cuenta bancaria) para vivir como Miranda Priestly, pero la película nos mostró algo importante: la moda no es solo ropa; es poder, es identidad, es una forma de vida. Como jóvenes estilistas, aprendimos rápido que cada elección, desde un accesorio hasta el color de tus uñas, habla antes de que tú lo hagas. Y si algo nos enseñó Miranda, es que en la moda no hay espacio para la mediocridad. Es todo o nada, querida Andy

Así que la próxima vez que te pongas ese blazer perfectamente ajustado, o esos tacones que podrían hacerte considerar el uso de biodramina, recuerda: estás invocando al espíritu de ese diablo que al parecer, viste de Prada. Porque sí, en la moda, como en la vida, lo que importa no es solo lo que llevas, sino cómo lo llevas. Y si vas a hacerlo, hazlo con poco de Miranda, un toque de Andy, y que el diablo se muera de envidia.