«THE SUBSTANCE», la mirada que (no) merecemos
Words by Alexandra Iglesias head of the cinematography department
Noviembre 2024
“you lose everything when you don’t love yourself”
Rupi Kaur
¿Cómo percibimos nuestro cuerpo?
¿Qué mirada le damos?
Mejor dicho ¿Qué mirada le regalamos?
¿Qué mirada merece?
¿Cuánto nos permea la mirada externa?
¿Cuánto condiciona la nuestra propia?
¿Cuánto dejamos que lo haga?
¿Podemos controlarlo?
“The substance” (Coralie Fargeat) nos invita a explorar dicha permeabilidad, y cómo esta nos condiciona, de la mano de una directora que alza estas preguntas en clave de ciencia ficción, nunca mejor dicho; un film donde la ciencia transgrede la percepción de dicha imagen física, rompiendo todos los moldes posibles por el camino. Moldes literales. El cuerpo como molde, como contenedor.
Una deconstrucción de la mirada hacia nosotros mismos y el cuerpo que habitamos, en un momento vital donde nunca había habido tantos ojos puestos en nuestros cuerpos como sociedad. Nunca nos habían mirado tanto, desde tantas pantallas y prismas. Nunca nos hemos mirado tanto. En este orden, sí. Porque tras la mirada ajena y subjetiva surge el deseo a ser deseado (aceptado como mínimo), y ese deseo, en consecuencia, activa nuestra propia mirada sobre nuestra piel, expuesta a los ojos externos. Y por ello, más vulnerable que nunca.
Es esa vulnerabilidad la que lleva a Elisabeth (Demi Moore) a ofrecer su cuerpo como experimento; aumentando así el deseo ajeno, y por ende, el suyo propio. Y así es como
Coralie Fargeat nos permite viajar por su camino hacia la autodestrucción, estirando el chicle, hiperbolizando y deformando hasta que literalmente la imagen y la carne, se deshacen, se descomponen…
El deseo es pieza clave en el film, nuestro deseo natural de mejora, de evolución.
Pero en el caso del cuerpo, él tiene su propia evolución, su propio camino. Sin embargo parece que nos hemos olvidado como especie de nuestra propia evolución orgánica, esa que debemos imperativamente abrazar. No nos podemos permitir seguir siendo ciegos a ello, nadando a contracorriente con todas nuestras fuerzas, cuando qué natural sería dejarse llevar por el río…
Pero este deseo, este deseo en concreto, viene de fuera, de muy fuera de nosotros mismos. Educados desde un canon de perfección orquestado desde unos estándares impuestos. Es ese mismo deseo el que convierte a nuestra protagonista en una víctima más de la mirada externa, atrapada en su cuerpo como si este fuese una cárcel en lugar de un hogar.
Un personaje que se nos presenta ya atrapada, dentro de una pantalla televisiva, desde un lugar de máxima exposición; un cuerpo femenino con más miradas y focos que ningún otro. Focos que queman. Consecuentemente, cuando esas miradas y esos focos, personificados desde la mirada masculina, la rechazan, la atraviesan cual lanza, ella, condicionada, rechaza su cuerpo, su casa, su hogar.
El cuerpo como producto.
El cuerpo como espectáculo.
El cuerpo como mercancía.
El rechazo por ende sobrevuela todo el film. El rechazo hacia una misma. El rechazo que acaba siendo el mayor virus. Esa ES y se nos presenta como la mayor enfermedad. La falta de amor propio. Sí, repito, la mayor enfermedad. Estoy con Fargeat. Juraría que el premio al mejor guion en el festival de Cannes nos avala.
Así pues su cuerpo y mente enferman de la mano de una creciente e imparable inseguridad. Una sobre la edad y su cuerpo cambiante. Cuando la razón me grita que un cuerpo cambiante es un cuerpo vivo. Una piel cambiante es una piel viva, células vivas cargadas de experiencia vivida. Es ahí donde reside la fortaleza del cuerpo. La fuerza de lo orgánico. Una fuerza que a Elisabeth le es arrebatada, extirpada de su cuerpo.
Ese cuerpo que ahora mismo se coloca deliberadamente en primer plano en numerosas narrativas modernas y que otros directores como Sean Baker (“Anora”, EEUU), Mar Coll (“Salve María”, España) o yo misma como joven directora (“Abril”, España) estamos también explorando. Irónicamente haciendo a nuestras pieles, facciones, rasgos y formas protagonistas, pretendiendo al mismo tiempo que por favor lo sean cada vez menos. Poner en pantalla para desaparecer de otras.
Sin embargo esto no es una novedad cinematográfica, dado que se bebe y referencia claramente al padre de la fisicalidad en el cine: David Cronenberg. El cineasta de los cuerpos por antonomasia; cuerpos experimento, mutantes, deformados y transformados por la ciencia y las drogas, desencadenando en mutaciones siempre antinaturales, alejadas de lo orgánico. Su film “Rabia” (1977), es un ejemplo claro del cineasta como maestro del body horror como subgénero, donde una cirugía experimental provoca que una mujer se convierta en portadora de un virus. Diría que este argumento huele a Fargeat; y por ende, tanto este como muchos de sus films dialogan con el aquí analizado a numerosos niveles, como sucede con el uso del concepto del doble, del gemelo, la duplicación de la carne.
Cronenberg crea así narrativas donde la tecnología convive con el ser humano contemporáneo, convirtiendo a dicho autor en precursor de la conciencia moderna acerca de la relación humano-tecnología; dado que el susodicho desgranaba las catástrofes como tentativas racionales de mejorar la especie humana desde lo físico, el experimento y la ciencia.
¿Cómo respondería Cronenberg a las preguntas inicialmente planteadas? ¿Y nosotros? ¿Responderemos diferente tras adentrarnos en el viaje de “The Substance”? Queda en nuestras manos (y en nuestros ojos), pero diría que es un viaje de no retorno…
Artículo escrito en el marco del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges 2024
Directora del film- @coralie_fargeat
Protagonizado por – @demimoore
Productora – @workingtitlefilms
Distribuidora internacional – @mubi
@sitgesfestival @festivaldecannes