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098 Art Octubre 2025

Élite y Dilirio: Rubens versus Brueghel

By Judith Trench

Este iba a ser un articulo a propósito de la exposición Rubens y los artistas del barroco flamenco. Se suponía que la espectacularidad y el atractivo visual de las piezas iban a sumergirme en una vorágine de inspiración sin parangón para ponerme a escribir sobre la acción y la expresividad tan características de esta corriente. Este montaje toma prestados del Museo del Prado cuadros, grabados y relieves que se han podido ver durante tiempo limitado en el CaixaForum de Barcelona.

Encuentro obras hechas en cadena que salen de talleres capitaneados por Rubens, paradigma de lo diplomático. Por ahí en el siglo XVII se daban de forma habitual feats entre dos o más pintores, en el que el protagonista se encargaba de plasmar a la perfección anatomía y rasgos mientras que sus esbirros, minions o discípulos, cubrían con talento y técnica precisa el resto de los lienzos a demanda. A mucha demanda, casi a granel. Por ejemplo Van Dyck se centraba en retratos, Jan Brueghel el Viejo en flores y Frans Snyders en naturalezas vivas y muertas. La muestra, tanto de proyectos corales como de trabajos individuales, nos enmarca en un contexto histórico único y próspero para la compraventa de arte. Por una parte brillaba la opulencia portuaria de la antes llamada Flandes y, por otra, estaban los caprichitos de los nuevos ricos y de las realezas europeas, deseosas de decoración onanista para sus mansiones de paredes kilométricas.

Mientras toqueteo una tablet con los esbozos digitalizados de una libreta de Rubens, veo a un pequeño grupo de entusiastas con auriculares recorriendo las salas oscuras y fresquitas del museo. Un rebaño detrás de una historiadora del arte asimilando datos que quizás no conozco… Información sobre la que documentarme, un dato del que tirar para redactar algo mínimamente interesante… Decido volver a visitar la exposición, esta vez con un plan sin fisuras, esta vez vivo la experiencia comentada por una experta a la que me arrimo de explicación en explicación. Guardo, con calcado entusiasmo al del grupo de la semana pasada, sus palabras en mi móvil con poco almacenamiento. Más tarde escucho los audios y me vuelvo a encontrar con la nada… ¿Qué contar sobre este movimiento pictórico? ¿Qué decir sobre los barrocos flamencos que no se haya dicho o que no se pueda encontrar en una rápida búsqueda en Google? La página en blanco y los días pasando. Desastre. Desesperación.

Pienso en cómo estas imágenes y temáticas se entremezclan: episodios populares de la mitología griega y romana, retratos bien grandes de reyes vanidosos, conejos muertos, versiones manidas de santos y crucifixiones y demás memeces católicas… Todos realizados con una perfección casi ofensiva y embelesadora. Sin duda son increíbles pero también muy correctos. La solemnidad de Rubens y amigos iba más allá de sus creaciones. Trabajaban para un buen puñado de príncipes del viejo continente, vestían y vivían como nobles y eran miembros destacados de la sociedad. El oficio entonces estaba muy asociado a cierto estatus económico-intelectual que quedaba reflejado en autorrepresentaciones sublimadas. Existía un enaltecimiento del artesano, casi casi como ahora… A veces las cosas extremadamente bien hechas me tiran para atrás, ¿dónde esta la fractura? Tengo en la cabeza un totum revolutum de inputs sin filtrar y docenas de artículos pendientes de leer. Decido parar y mirar para otro lado, hacia otras propuestas más desenfadadas. Tiro un poco para atrás en la historia del arte, no mucho más. Y encuentro lo que estaba buscando: culos y caos.

Repaso vida y obra de Pieter Brueghel el Viejo. El primero. Gran fan de El Bosco, honra un legado que se aleja de la fiel representación de la realidad a la que dedicaron su vida los pintores del primer párrafo. Tengo un interés más genuino por las escenas costumbristas y por las composiciones locas de cuerpos, juegos, proverbios y seres paganos. Cuadros abarrotados de detalles y mini escenas que bien pueden ser leídas como pasatiempos. Mucho más divertido, mucho más caricaturesco. Entonces, en los Países Bajos, tenían una fijación por la sátira visual que reproducían en grabados, panfletos y lienzos con moralina, plagados de refranes que no tienen desperdicio. Los primeros pulían y maquillaban en pos de la publicidad monárquica, Brueghel desvelaba pudores y se reía de la inherente estupidez humana.

Lenguas pasadas cuentan que este era un personaje que, antes de ponerse a dibujar, se vestía de campesino mimetizándose en fiestas, banquetes y demás ocasiones especiales. En esta inmersión casi antropológica observaba muecas, pequeños hurtos, secretos… Pormenores que quedarían plasmados en sus soportes, uno de ellos bautizado así: El vino de la fiesta de San Martín. No puedo dejar de mirar este cuadro en mi ordenador (por favor googleadlo si aún no lo habéis hecho) que se erige en 148 centímetros de alto y 270,5 de ancho en alguna sala del Museo del Prado. Esta especie de voyeur, ayer apodado Pedro el Gracioso o Pedro el Campesino, dejaba a anónimos en evidencia para los restos de los siglos venideros. Hasta que la sarga aguante. La protagonista: una torre de bebedores y un homenaje discreto al supuesto benefactor mencionado en el título. Vicio y virtud en un mismo espacio. La celebración de la llegada del primer vino del otoño y su esperado reparto. Hay mucho jaleo, pero todo está dispuesto de forma clara y visualmente excitante. También hay ironía: el santo da la espalda a los sedientos campesinos, ansiosos del líquido anestésico bien merecido, da la espalda a la fiesta y al pecado de la gula. Encontramos a un personaje, colocado casi en el centro, que aprovecha la jarana para robar un saquito de monedas a una señora despistada, el amor está del lado donde cae la bolsa. Por último vemos a dos ciegos, que miran directamente a “cámara”, autorreferencia directa a La parábola de los ciegos, otra pintura de Brueghel. Creo que el cuadro funciona, o me llama más la atención, porque apela a lo universal, al instinto. Con o sin pretensión moralizante nos recuerda que todos somos iguales ante lo gratuito por muchos siglos que pasen.

Llevo tantos días obsesionada con este cuadro que, de forma automática, me pongo a dibujarlo, movida por una necesidad de entenderlo más… Desentraño virtualmente el cuadro y empiezo a trazar una versión de la montaña de carne simplificada. El amontonamiento de cuerpos me recuerda a la cartelería de Guerra Mundial Z. Intentando imitar la composición, desgrano la masa humana, eludo extremidades y me invento nuevos acabados en pos del entuerto abigarrado que propone Brueghel. Dibujo formas simples y redondeadas y desproveo de identidad, edad y género a los campesinos originales para dar paso a estos seres antropomórficos de colores imposibles, más acorde con nuestros tiempos labubu. Elimino también expresiones y rasgos particulares para homogeneizar a toda la tropa como si se tratara de un solo ente. Después del empacho de líneas y figuras puedo apagar el cerebro y colorear el resultado en piloto automático con cinco tonos, algún brillito por aquí y por allá, ¡y listo! Acabo el homenaje y compro un billete de tren dirección Madrid.

Words by
Judith Trench

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