CINE. LA PIEDAD
El actor y director Eduardo Casanova, se lanza sin miedo de nuevo a la pantalla de cine dirigiendo su segundo largometraje, La Piedad. Un atrevido proyecto donde, justamente, no hay piedad, no hay miramiento, no hay censura. Lo que sí hay es un artista que abraza la contemporaneidad sin miramientos; un atrevimiento con el que nos hemos encontrado en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya, en Sitges.
Casanova centra su mirada en una extrema e hiperbolizada codependencia paternofilial, intensa relación protagonizada por Ángela Molina y Manuel Llunell, eternos madre e hijo.
Entre lo poético y lo explícito, La Piedad es una extravagante coctelera de locura, extravagancia y sueños. Un plástico universo teatral casi monocroma, gracias a una invasión casi chirriante del rosa; un rosa oscurecido, que nos remite a una feminidad tóxica, plagada de sombras y dolor, dependencia decadente. Una madre a la que Casanova se atreve a comparar con el dictador de Corea del Norte; donde el pueblo nord Coreano y nuestro protagonista son víctimas del sufrimiento provocado por su líder, pero a su vez son incapaces de existir sin él, sin referente, guía y cuidador.
Para ello se nos alimenta con imágenes plásticas, provocadoras, explícitas y con un halo ensoñador. La explicitud de la carne; el cuerpo desnudo, el cuerpo herido, el cuerpo enfermo… su nacimiento y su muerte. El eterno cordón umbilical. Un bebé de 18 años. El parto de un hombre. Ese hombre al que no se le deja serlo. Un círculo vicioso de necesidades. Un oscuro y atrapante amor…
Y es así como Casanova nos transporta del clasicismo de Miguel Ángel a la actualidad contemporánea más rosa y osada.
Words: Alexandra Iglesias