m.a.g.
Fotograma de la película 20.000 especies de abejas

FILM. 20.000 ESPECIES DE ABEJAS

 

Durante el pasado festival de cine de la Berlinale, el equipo de Fantú, tuvimos la gran oportunidad de acudir al preestreno mundial de 20,000 Especies de Abejas; además de contar con la enorme suerte de poder conversar con la directora Estibaliz Urresola y la protagonista Sofía Otero, que compartieron su experiencia con nosotras. Un inmenso regalo.

Solo con el título del film ya nos sobrevuelan palabras como diversidad, diferencia, naturaleza… Y es que Estibaliz Urresola, pone en escena un precioso retrato sobre lo diversa que es la naturaleza humana y cuán diferentes somos los unos de los otros a pesar de formar parte de una misma comunidad, como abejas en la colmena.

Entonces la palabra colmena me transporta a las butacas de aquel cine: cómo seres completamente diferentes e individuales en casillas independientes perfectamente estructuradas y compartimentadas, comparten un objetivo común que en este caso era el dulce disfrute de las películas seleccionadas en la Berlinale 2023, entre las cuales se encuentra 20,000 Especies de Abejas. Curiosamente parece que la colmena es una imagen recurrente en el universo cinematográfico, con otros títulos como “El Espíritu de la Colmena” o “El País de las Maravillas”, un imaginario ampliamente usado para retratar el universo de los más jóvenes en contextos hostiles.

Nuestra protagonista, Lucía, interpretada por la ganadora del oso de plata Sofía Otero, es una joven abeja que no acaba de encontrar su lugar, su pertenencia a la colmena, habitando un hogar que no la comprende. Porque Lucía no empezó siendo Lucía. Pero quería serlo con todas sus fuerzas.

“¿Me puedo morir y volver a nacer?”, le pregunta Lucía a su abuela.

20,000 Especies de Abejas trata de un fuerte y creciente sentimiento de no pertenecer al género que te ha tocado físicamente por naturaleza. Un film sobre la identidad, que nos hace reflexionar acerca de la importancia de escuchar y prestar atención a los jóvenes que están pasando por una crisis de género. Aquí Estibaliz decide poner el foco en la niñez como momento crítico, cuando muchas de esas dudas surgen y se manifiestan por primera vez, o, verdaderamente, momento, los 8 años de Lucía, en el que por primera vez somos capaces de auto analizarnos.

fotograma de la película 20.000 especies de abejas

En consecuencia, la película acompaña a Lucía en su camino hacia entenderse a sí misma. No obstante, eso es solo cierto en la superficie. Ya que, en realidad nuestro personaje tiene claro cómo se siente con respeto a ella misma, lo que le sucede es que por su temprana edad le es un obstáculo expresarse al respecto, encontrar las palabras concretas y la forma de comunicarse; dificultad que se agranda a raíz de un entorno que parece no saber apoyarla de la manera que ella misma necesita.

De esta forma el film se convierte en un collage de pequeños actos cotidianos con los que Lucía expresa su identidad como mujer. Un collage en contexto de verano muy inteligentemente escogido, siendo la época del año cuando más expuestos se encuentran nuestros cuerpos, cuando más miradas recaen sobre ellos.

Por otro lado, una decisión de puesta en escena interesante es el trabajo que se le otorga a la madre de Lucía, Ane (Patricia López Arnaiz) como escultora que trabaja con torsos de cuerpos. Ane se convierte así en un personaje que literal y plásticamente moldea y decide libremente acerca de la forma de dichos cuerpos, levantando reflexiones acerca de la libertad y el privilegio de decidir acerca de éstos, y creando así desde la construcción del guion un paralelismo con la situación de su hija.

A modo de conclusión e intentando no desvelar demasiado, es en el clímax del film donde yace una de sus mayores fortalezas. Aquí la directora nos revela la fuerza e impacto del lenguaje: cómo una única palabra te puede desgarrar por dentro, gracias a haberla cargado de emoción y significado durante toda la pieza. Nos relataba personalmente Estibaliz que tras innumerables visionados no podía evitar sentir aquel desgarro tan fuerte, y agradecía también la actuación de Unax Hayden, como hermano de Lucía, que hacía posible la magia de este momento con su interpretación.

Una carga emocional que en el momento preciso explota inexorablemente como un arroyo, así como lo hicieron las lágrimas del público en aquel Berlinale Palast. Una emoción que traspasó la pantalla y nos atravesó como una flecha a todos los espectadores, casi como si de cupido se tratase, pero con más dolor y emoción, aunque igualmente con muchísimo amor.

Ese gesto final como gesto de amor, de compresión, de empatía, de solidaridad. Ya que en ese gesto se contiene toda la fuerza de la película, mostrando la directora la inminente necesidad de estos detalles, ya que es en ellos donde radica el cambio, en este caso, cambios del uso del lenguaje, y de un nombre como la forja de una identidad propia y única.

Words: Alexandra Iglesias