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EMILIA PEREZ: EL RETRATO DE UNA INDUSTRIA
Por Marina Figueras, crítica cinematográfica.
No doy crédito, no puedo empezar de otro modo y mucho menos después de que este largometraje haya conseguido el premio Goya a la mejor película Europea.
Emilia Pérez no es una película, es un absoluto despropósito. Un musical sin pies ni cabeza, con subtramas mal hiladas entre sí y un mensaje confuso y retrógrado, maquillado de modernidad. Y no quiero ver a nadie culpando al género de los musicales por esto; la culpa la tiene un director y guionista que no sabe de lo que habla y una productora que le da luz verde a un proyecto lleno de fallos desde su concepción.
Yo, como toda cinéfila que quiere hacerse la especial y alternativa, fui a ver Emilia Pérez con la esperanza de encontrar en ella algo que otros no habían sabido ver. Una intención, una apuesta o un subtexto irónico incluso, algo que despuntara debajo de todo el discurso de odio que estaba recibiendo la película en redes. Yo quería salir airosa proclamando que simplemente la gente no soporta historias queer en gran pantalla, que era camp, que tenía sentido si lo mirabas desde cierto ángulo. Pero eme aquí, después de haber malgastado dos horas y media de mi vida en una película cuyo único logro es haber conseguido ofender a más colectivos que el saludo nazi de Elon Musk.
Antes no entendía cuando la gente me decía que no soportaba los musicales, y ahora, gracias a Emilia Pérez, puedo entender eso de “y de repente se ponen a cantar”. Esta película parece que se escribiera primero como drama (si se le puede llamar eso) y luego alguien le pidiera a una IA que generara cuatro melodías y convirtiera los diálogos en algo que burdamente pueda llegar a recordarnos a una canción. Sin métrica, sin ritmo y sin gracia, más allá del valor que se le pueda sacar a un meme.
Con frases tan míticas como “pompis mantecosas” “from penis to vagina” o “me duele la pinche vulva de pensar en ti”; Emilia Pérez parece una parodia de sí misma, un intento de burlarse de las comunidades que dice representar. Porque esa es otra, para ser una historia que ocurre en Méjico con protagonistas supuestamente mejicanos y que trata una problemática mexicana, los únicos mexicanos involucrados en el proyecto son los mariachis que aparecen en la escena final. “Pero Marina” te oigo decir “al menos la protagonista es una mujer trans.” Si, lo es. Una mujer española a la que le cuesta ocultar su acento peninsular, y cuyas subtramas recaen en algunos de los estereotipos más viejos y tóxicos para la comunidad, ¡pero EH! al menos tenemos el mínimo indispensable. No es por menospreciar la interpretación de Karla Sofía Gascón, que ha hecho lo que ha podido con un guion de pandereta, que no se sostiene por ningún lado, pero será que no hay actrices trans en México para encarnar a este personaje. Por no hablar de los de Zoe Saldaña y Selena Gómez. La primera aún tiene salvación, pero la segunda ofrece una interpretación infame, sobre todo fruto de no hablar ni media de español. Que será que pido yo mucho, que una actriz sepa español para hacer una película en español, donde interpreta a una mujer mejicana y la trama ocurre en México. Y no, intentar salvar las distancias diciendo que su personaje es mexicano-estadounidense no es excusa, cuando existen actrices de ese perfil que sí hablan español y no masacran la lengua a machetazos como hace Gómez.
Emilia Pérez es un insulto a la inteligencia del espectador y, por eso, es un retrato infalible de la industria de Hollywood. Una industria sin criterio, liderada por hombres arcaicos con fallidas pretensiones de modernidad, que de vez en cuando se ponen una gorra del revés y nos intentan hablar a los jóvenes a lo “How you doin’ fellow kids”. No cuela. No coló el año de Crash, no coló en Greenbook y no va a colar este año. Por muchos premios que le deis a algo de tan mala calidad cinematográfica, los amantes del cine no vamos a caer en darle flores que no merece. Emilia Pérez pasara a la historia como aquella gran mancha con olor a mezcal y aguacate (y, sí, esta es una frase real del film) que no se podía salvar ni como cine de culto.
Porque eso es lo que quieren hacer con Emilia Pérez, pretenden que nos la comamos porque se supone que habla de todo lo que a la juventud le inquieta, pero no se atreve a salir de la narrativa hegemónica que tanto le gusta a Hollywood. Es decir, me hablas de algo de lo que ni siquiera te has informado ni te da la gana de hacerlo (palabras del director, no mías) y además pretendes que te dé una palmadita en la espalda. Bueno, pues lo peor es que les está funcionando, al menos para lo que le interesaba a Jaques Audiard, que es ganar premios y codearse con sus amigos de la industria.
Y quiero que conste que esta crítica nada tiene que ver con la polémica que rodea a la actriz principal, ni sus tweets ni ningún tipo de comentario que haya hecho en ruedas de prensa. La película es mala y punto. Sin embargo, Karla Sofía Gascón no se merece el odio desmesurado que se le está enviando. ¡Será que no hay grandes actrices que han hecho películas de mierda a lo largo de sus respectivas carreras! Todos estos intentos por desprestigiar a Karla Sofía deberíamos focalizarlos en desprestigiar al director, Jacques Audiard, que ha tenido la desfachatez de hacer una película que roza lo racista y la defiende con comentarios que van de clasistas para abajo.
Quizás lo mejor que ha salido de este desastre son los memes y el cortometraje respuesta que se ha hecho en México, Johanne Sacrebleu, una parodia que ha unido a un país más de lo que lo hizo La Lucecita en la Emilia Pérez.
En conclusión, no me explico como una película de este calibre puede haber salido tan mal y a la vez, tan bien. ¿Cómo han conseguido 13 nominaciones a los Oscars? Será, quizás, que la academia estadounidense no se preocupa por el contenido de sus nominadas, solo por la forma. O quizás, soy yo quien espera demasiado de las películas a las que pretendemos galardonar. Quizás el triunfo de Emilia Pérez en las galas de premios no es más que el retrato infalible de una industria que finge ser progresista, pero sigue pensando que “el español es un idioma de países empobrecidos” y que los espectadores nos comeremos cualquier cosa si la dirección de fotografía es bonita.
Words: @marina.figueras